Dejó los palillos chinos
sobre el plato, con los restos del pato mandarín que se había
comido, mientras le pedía al camarero un café para terminar la
cena. Miguel era matón. No era la profesión con la que estaba dado
de alta en la seguridad social, allí simplemente constaba como
autónomo. Miguel no era matón por oficio, lo era por su gran
afición a la novela negra, de la que era un devorador de historias
insaciable. El día que decidió emular a alguno de sus personajes
novelados se miró una revista de productos de venta por correo y se
pidió un revolver de fogueo, a imitación de uno real sólo
apreciable la diferencia por un especialista, decía la revista, o un
niño, pensó Miguel cuando lo recibió. Para conseguirse unas
esposas, Miguel recurrió al disfraz, entrando así de lleno, por
primera vez, en su personaje, y fue a una tienda de productos
eróticos. Junto con las esposas salió con un espectacular
consolador que le podía hacer las funciones de porra. También
llevaba una pomada lubricante que el vendedor de la tienda le había
regalo mientras le deseaba un buen día, guiñándole el ojo. Miguel
vivía, hacía ya unos meses, esa doble vida. De lunes a viernes y de
nueve de la mañana a siete de la tarde, algunos día incluso más
tarde, y también algunos sábados por la mañana, se dedicaba a su
oficio de autónomo, el resto del tiempo se enfundaba en su disfraz y
salía a la calle en plan perdonavidas. Eran dos vidas distintas que
sólo tenían en común el piso donde vivía y donde hacía las
transformaciones de uno a otro. Un poco estresado por estos continuos
cambios en ocasiones se había dado el caso de amenazar a alguna
víctima, con la que había quedado a través de una página web
especializada en este tipo de juegos de rol, 'el cernícalo chiprés',
habían intentado poner 'el halcón maltés', pero tenía copyright,
pues eso, en sus estrés, en ocasiones quedaba, pero se olvidaba si
era para hacerle un presupuesto o pegarle una paliza, así que no
tenía otra que amenazar a la víctima llevando en una mano el
tremendo consolador y en la otra la pluma estilográfica. Miguel no
sabría decir cual de las dos cosas daba más miedo.
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