Memorias de un desconcierto
sábado, 25 de enero de 2014
En las duchas
La estufa calentaba el viejo cuarto de baño mientras la bañera se iba llenando. Yo comía una pieza de fruta mirando el chorro que caía de agua. Era hipnótico. Salía con ímpetu, se estrellaba contra la superficie líquida que ya existía y algunas gotas, aquellas que no se habían conmocionado con el golpe, saltaban y volvían a caer y parecían semillas. Como una siembra, se posaban en la superficie y desaparecían. La bañera ya estaba casi llena. Cerré el grifo, colgué la ropa limpia en la percha, dejé la ropa que llevaba puesta en el suelo y, por fin, me di el premio de un buen baño. En el trabajo siempre me recriminaban que no me duchase en los vestuarios, pero jamás me gustó aquellos espacios tan amplios, carentes de intimidad. Me recordaban demasiado a la mili y a las charlas doctrinales que nos daban el teniente de turno sobre valores como la patria, la bandera y demás símbolos que yo jamás llegué a entender. A falta de un auditorio adecuado en el cuartel, nos llevaban a las duchas. Movíamos los bancos alargados de la pared y los poníamos en paralelo para escuchar la cháchara del oficial que nos tocaba esa semana. Al acabar el mitin, volvíamos a colocar los bancos en su sitio y con una manguera limpiábamos el suelo, ensuciado con las botas llenas de polvo de haber desfilado todo el día. Es una época ya extinta, aquella, pero que guarda secuelas a modo de fobias como la mía. Salí de la bañera y me pavoneé un rato delante del espejo mientras me secaba. Me estaba vistiendo cuando me vino a la memoria el día que en el campo de instrucción vimos un alacrán. El cabo primero que mandaba el pelotón donde yo estaba le dio un pisotón. El bicho quedó enganchado en su bota, la misma que por la tarde, se paseaba entre las filas de bancos. La misma con la que el cabo primero nos pateaba para que atendiéramos las explicaciones del oficial.
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