Memorias de un desconcierto
jueves, 9 de enero de 2014
Independencia
Joan miraba, jugueteando con su llavero, el desfile militar como cada año, sólo que este año los soldados en lugar de llevar las tradicionales boinas caquis, sus cabezas iban cubiertas con barretinas y los cetmes se habían cambiado por unos amenazadores trabucos, una especie de escopetas antiguas con boca abierta y que no hacía falta mucha puntería para dar en el blanco. Era uno de los efectos de la nueva independencia que gozábamos en estas tierras. Las marchas militares que solían acompañar el desfile también se había cambiado por adaptaciones sinfónicas de sardanas. Joan no creía que fuese eso por lo que votó sí a la independencia. Joan había trabajado en una empresa, en la parte de mantenimiento, como un reputado carpintero, pero la crisis y el cierre de empresas le había llevado al paro como a otros cientos de miles, millones de la antigua unidad, y había creído que era mejor iniciar el camino por separado y tratar de encontrar remedios alejados de la meseta, el problema de Joan y de otros tantos millones de personas es que la meseta no pintaba nada en toda esta situación y los problemas venían, más bien, de los antiguos enemigos de Flandes. Por la televisión seguía el desfile, ahora aparecían una compañía de esquiadores de Lleida con su mascota, un caracol, a similitud de la legión española y su cabra. Joan creía que los caracoles estaban buenos condimentados con algo de tomate, cebolla, una punta de guindillas y un manojito de yerbabuena, pero lo veía poco apropiado como mascota. Joan estaba bastante desconcertado con estos avances de la nueva nación y decidió tomarse la temperatura no fuera a ser que desvariase y tuviese un problema de salud.
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