Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

martes, 18 de noviembre de 2014

Despedidas

Ese día Antonio madrugó mucho más de lo habitual. Hacía ya días que le daba vuelta a una noticia y esa noche había sido el punto culminante a sus reflexiones. Se la había pasado toda pensando en los pros y en los contras de la noticia y apenas había conseguido pegar ojo. Sentado en la butaca de su habitación y fumando cigarrillos, es así como había pasado buena parte de la noche y de esa manera lo había encontrado Mina.

Mina era una voluntaria que ayudaba a los ancianos que vivían en la residencia y había cogido un cariño especial a Antonio.

Al entrar en la habitación no pudo dejar de reprimir, dulcemente, a Antonio ya que en la residencia estaba prohibido fumar y la habitación parecía una escena de las novelas londinenses de mediados del siglo XIX, tan densa era la humareda que había dentro. Antonio le contestó lo de siempre. '¿Cómo quieres que deje de fumar ahora, loca?, me he pasado 100 años fumando. Ya es un poco tarde para dejarlo'. Y Mina, haciendo abanicos con las manos, se dirigió a la ventana para abrirla y airear la habitación. 'El día parece que será precioso' le dijo Mina mirando al exterior. Fue al volverse cuando se dio cuenta de los pensamientos de Antonio. Y es que Mina tenía un don, podía saber lo que pensaba cualquier persona.

-¿Antonio, estas bien?- le preguntó.
- Ya tenemos a la adivinadora en acción, cago en la...- dijo Antonio, que era de insulto fácil pero sin mala intención, mientras le sonreía- He tenido una mala noche. Creo que la cena de ayer me ha dado muchos gases y no he parado en toda la noche.
- ¡¡Ya!! ¡¡Como si le hiciera falta excusas para tirarse algún pedo!!

Antonio volvió a sonreír.

-Mi abuelo siempre me dijo, mejor fuera que dentro. Y mi abuelo era un hombre muy sabio.
-Y tú un viejecito muy marranete- y Mina rió- Continuo con la ronda, pero ya sabe, si me necesitas estaré por los pasillos.

Antonio le tiro un beso y se levantó de la butaca.

-Salgo un poco al patio a esperar la hora del desayuno- y comenzó a cantar una cancioncilla de cuando él era un chaval.

Antonio era el anciano más longevo de la residencia. Tenía 113 años.

Salió al patio y se sentó al lado de la fuente. Se sacó del bolsillo un trozo de pan seco y lo empezó a desmigar. Un grupo de palomas ya revoloteaban a su alrededor aún antes de que Antonio empezara a lanzarles las migas de pan.

Al poco rato salió Margarita. Al caminar guardaba un poco de su antiguo esplendor, de cuando fue bailarina, parecía como si flotase al andar. Margarita era su mejor amiga, allí en la residencia, y se alegró al verla.

-¿También huyes de Mina, la bruja?- le dijo Antonio a modo de saludo.
-Tú lo has dicho, esa chica es una bruja. Basta con mirarte y ya sabe lo que piensa. Si no fuera porque es tan buena persona haría la señal de la cruz con los dedos cada vez que me la encontrase.
-Sí, pero ojala todas las brujas fuesen como ella.

Margarita asintió mientras se sentaba al lado de Antonio haciendo algunas muecas porque no le gustaba mucho estar tan cerca de las palomas. 'Son como ratas con alas', le había dicho a Antonio en alguna ocasión y esté le contestaba siempre, que las palomas eran un símbolo de la paz y el amor, pero que nos hemos vuelto, todos, muy tiquismiquis. Así que ya no le decía nada, pero seguía pensando que era unos bichos bastante sucios.

-La verdad es que hoy Mina me ha hablado de ti. Me ha dicho que te rondaba algo por la cabeza pero que no se lo has querido explicar.

Antonio seguía dando de comer a las palomas y sin mirar a Margarita le dijo que era cierto.

-¿Sabes, Margarita? Empiezo a sentirme muy cansado. Tú a lo mejor no me entiendes, aún eres joven.
-Sí, con 84 años una es muy joven.
-Yo ya hace 29 años que cumplí tus 84. Ya habían nacido Antonio, María y Carla cuando tú naciste. He vivido muchos años. Muchos más que la gran mayoría de las personas y he visto morirse a muchas de ellas, casi todas más jóvenes que yo- se sacudió las palmas de las manos para soltar las migas que ahí tenía enganchadas y miró a Margarita- Me estoy muriendo.

Margarita lo miró fijamente, intentando descubrir si lo que le decía era una verdad o una broma.

-¿Te acuerdas de José?- Margarita asintió- Estuvo poco tiempo aquí. Me hacía reír mucho con su manía de no salir al patio si no era con un paraguas en la mano. Creo que fue porque se lo prohibieron que decidió volverse al pueblo. Fue una forma de morir. Ambos sabíamos que no nos volveríamos a ver más. Ya te he dicho, he visto morir a muchas personas y siempre me he preguntado si la vida es esto, un despedirnos siempre- Antonio se alisó el pantalón y se sacudió las últimas migas que le quedaban entre los pliegues-Cuando se van mis hijos, después de visitarme, no puedo dejar de preguntarme si los volveré a ver. Ahora sé que ese momento es muy próximo y me surge la eterna duda, ¿qué quedará de mí?.

En ese momento Victoria, la cocinera jubilada que repartía sus días entre su casa de Collbet y breves estancias en la residencia, sacó la cabeza por una de las ventanas del comedor y les llamó.

-¡¡El desayuno ya está!!

Antonio se levantó muy despacito ayudado por Margarita.

-Ayer recibí carta de Violeta- le dijo Margarita a Antonio mientras se encaminaban hacía el comedor- ¿Te acuerdas de ella? Aquella chiquilla a la que estuve dando clases de baile durante 15 años y con la que me encariñé tanto y que se convirtió, con el permiso de su madre, en la hija que no tuve. Me cuenta que está en Venecia y que es muy feliz. ¿Sabes?, yo también tenía 29 años cuando la conocí, ella tenía 2. Me esperaba junto con su madre, me traía un pequeño ramo de flores. Su madre me felicitaba por mi actuación en el 'Lago de los Cisnes' y Violeta me miraba con sus ojos enormes, llenos de emoción. Ese momento, a pesar de los años que han pasado, jamás morirá en mi memoria. Tú, Antonio, tampoco morirás. Siempre estarás en la memoria de las personas que te quieren y te admiran.
-Gracias Margarita, eres puñeteramente encantadora.

Se sentaron en sus sitios correspondientes en el comedor y Antonio, como siempre hacía, se guardó un trozo de pan en el bolsillo.

Mina lo miró, no necesito en esa ocasión leer los pensamientos de Antonio, el médico ya le había hablado de que se moría. No pudo reprimir que se le escapara una lágrima.

lunes, 10 de noviembre de 2014

El edificio

El edificio se encuentra escondido en un pequeño paseo, en una zona algo apartada del centro de la ciudad. Gigantescos plataneros dan sombra a su fachada y parecen que, cuando el viento los mece, susurran unos monótonos cánticos.

Cruzando la puerta de la calle te encuentra el vestíbulo. Éste es un espacio amplio que está adornado con una jardinera con plantas de aspecto tropical, también hay un cómodo sofá y una mesita de centro. En uno de los lados del mismo está el mostrador donde en otros tiempos, cuando el edificio tenía portero, éste atendía a los visitantes. Detrás del mismo se haya la puerta de acceso a la vivienda de la portería.

Del vestíbulo surge, al frente, una escalera ancha y señorial. Tiene detalles de estilo floral, tanto en los adornos que ennoblecen el hierro forjado que sustenta el pasamanos, como en las baldosas que embellecen el suelo. Al lado de la escalera se encuentra el ascensor. Una impresionante pieza de coleccionista con cerca de cien años de antigüedad. El ascensor posee un cómodo butacón y un majestuoso espejo.

Hasta aquí lo normal. Ahora me toca avisarte. No te dejes engañar por el aspecto pacífico de ese entorno, nada es como parece en ese edificio. Aún estás a tiempo de mantenerte a salvo del poder maléfico que habita en él. Conozco a la especie humana y se que mis palabras han podido inspirar un mayor deseo de conocer ese sitio, así que ahora hablaré de lo que hay detrás de esa tranquila fachada.

Sólo si se te ocurre sentarte en el sofá será cuando abrirás la infernal puerta, aquella que te trasportará a un mundo paralelo. Un mundo habitado de extrañas bestias. Todas las cosas cotidianas que vistes a la entrada se transformarán. La mesita de centro será, en esa realidad, un inmenso lago. Todo aquello que pongas sobre ella se convertirá en uno de los innumerables restos de naufragios que en él ha habido. ¡¡Y no se te ocurra apoyarte en ella!! Sólo hazlo si es que quieres acabar tus días viviendo en una diminuta isla, en medio de ese lago. Porque en eso se convertirá la jardinera que vistes en la entrada. Una pequeña isla impenetrable hacia su interior y con sus escasas playas atestada de objetos que, cómo ya te he dicho, naufragaron en ese lago.

¿Te acuerdas del mostrador del portero? Será una muralla. Una defensa precaria y escasa que trata de evitar que unas fuerzas raras y extrañas, y que habitan en el espacio que en nuestra realidad es la vivienda de la portería, nos invadan. Por qué, ¿sabes?, lo más terrible es la falsa esperanza de pensar que todo eso es producto de una pesadilla. No lo es. Es un portal, un punto común entre nuestro mundo y aquel otro, del cual no sabemos apenas nada, sólo minúsculos retazos de conocimiento que se han podido ir recopilando sobre esa realidad y que sólo sirve para indicarnos cuan terrible y atroz es.

Si crees que todos los males se acaban aquí, estás en un peligroso error. Si piensas que eludiendo el sofá será suficiente para que el portal a la otra dimensión no se abra estás cometiendo la peor de las equivocaciones. El sofá es un camino, pero no es el único. Si en tu osadía decides seguir adentrándote en el edificio y optas por el ascensor ya te aviso, ahora, que nadie de quienes te han precedido en esa decisión, han regresado nunca. Hojas manuscritas, encontradas esparcidas al lado de la puerta del ascensor, y escritas por aventureros anteriores a ti, describen las terribles experiencias vividas. Sólo un sentimiento piadoso me hace desear que todo lo escrito sea producto de una repentina locura y no de una malsana realidad. Se puede leer, en esos escritos, como el espejo es en realidad una puerta, otra, a una dimensión diferente. ¿La misma qué la anterior? No se sabe. En los manuscritos se leen la descripción de profundos abismos, sin precisar si son mundos subterráneos o escarpados riscos en montañas inaccesibles. El butacón parece ser una especie de vehículo transportador, pero las reseñas sobre él son muy confusas.

La opción de la escalera no te vayas a creer que es más segura. Será comenzar a subir por ellas cuando, sin ningún tipo de aviso, te verás envuelto en la más temible de las selvas. Espacio inhóspito, carente de caminos, sólo una delgada senda en muchos momentos devorada por la vegetación. Un mundo sonoro, una cacofonía ensordecedora, enloquecedora, que surge de lo más alto de las copas de los árboles. Tu cuerpo temblará ante el constante roce con plantas puntiagudas, muchas ponzoñosas y que te causarán terribles dolores. La senda está transitada, a la vez, por millones de insectos. Bestias minúsculas pero voraces que no dudarán en atacarte. Si consigues resistir todo este terrible martirio llegarás a la primera planta. En ella hay tres puertas pero no puedo hablarte de que encontrarás tras ellas, nadie ha sabido explicar nada de una forma sensata. Los pocos que han podido regresar lo han hecho embrutecidos y balbuceando palabras incoherentes, tal vez un idiomas ancestral.

Aquí paro en mi relato. Lejos oigo un grito aterrador, el tumulto de pasos que noto que se acercan. Se que se aproxima mí hora y sólo me alivia la esperanza de que lo aquí escrito pueda servir de aviso, detener la entrada a este mundo de más personas.

Atado lo dejo, a este cuerda de Ariadna, con la esperanza de que alguien, desde el exterior, lo pueda recuperar.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Pedrito Devoralibros

Lo primero que hacía Pedrito Devoralibros cada vez que llegaba a una nueva ciudad, era ir a la biblioteca de la misma. Eso hacía siempre y eso fue lo primero que se propuso en cuanto llegó a la ciudad llamada Buc.

-¿Dónde tienen la biblioteca?- le preguntó a un señor que estaba en una parada de autobús.
-Pues qué casualidad- le contestó- acabo de salir de ella. Está aquí al lado, a la vuelta de la esquina.

El señor le contó a Pedrito maravillas de la biblioteca y le dijo que sin ninguna duda allí encontraría cualquier libro que buscase, pero que si quería leer algún libro no le dejarían si iba así. ¿Cómo?, preguntó Pedrito, ¿por qué?, pero en ese momento llegó el autobús y el señor, cogiendo una nevera portátil que tenía a los pies, se disculpó y se subió a él.

Pedrito se quedó intrigado mientras se despedía del señor y veía como el autobús se alejaba y se entremezclaba con la circulación. Por cierto, Pedrito se fijó en que las líneas de autobuses no estaban numeradas, se distinguían unas de otras por un título de libro, en concreto, la que cogió el señor se llamaba 'Cumbres borrascosas' y el final de la línea estaba al pie de las montañas, en las afueras de la ciudad.

Al perder de vista el vehículo, Pedrito giró sobre sus pies y se encaminó allí donde le había indicado el señor.

Al llegar a la calle miró por todas partes, a ver si veía la biblioteca, pero no encontraba ningún edificio que se le pareciera. Sólo había un gran almacén de electrodomésticos en medio de la calle. Como había mucho movimiento de personas alrededor del almacén, decidió acercarse y volver a preguntar por la biblioteca.

La persona a la que preguntó le miró como si se sorprendiera de la pregunta, y le señaló el almacén con la mano que tenía libre. En la otra, al igual que el señor de la parada del autobús y de muchas de las personas que transitaban por esa calle, cargaba una nevera portátil, que al parecer, por los gotones de sudor que le corrían al señor por la frente, debía de pesar lo suyo.

El señor se introdujo dentro del almacén y Pedrito volvió a quedarse sólo. Como no sabía a dónde ir, decidió entrar dentro y preguntar a algún empleado, seguro que le sabrían indicar dónde se encontraba la biblioteca.

Al entrar en el almacén lo primero que le llamó la atención fue el frío que hacía dentro. Entonces vio como la gente que entraba se acercaba a unas perchas que había en el vestíbulo y cogían unos abrigos allí colgados y también comprobó que los que se iban a ir, se quitaban el abrigo y los dejaban allí, en esas perchas.

Pedrito preguntó a una de las personas que estaba dejando un abrigo si él podía cogerlo y el señor le contestó que claro, que cómo si no iba a aguantar ese frío. Pedrito le dio las gracias por dejarle su abrigo, pero el señor le dijo que no era suyo. Le explicó que el abrigo formaba parte de los servicios a los usuarios que ofrecía la biblioteca. Pedrito lo miró sorprendido.

-¿Me quiere decir que estoy en la biblioteca?- le preguntó Pedrito.
-Pues claro, ¿es que no has estado nunca en ninguna?
-Sí, pero esta es diferente a las que conozco.

El señor miró a Pedrito.

-No sé cómo son las bibliotecas que conoces, pero aquí todas son iguales.

Pedrito empezó a temblar de frío. El señor, viendo que se estaba poniendo azul, cogió el abrigo que había llevado y se lo ofreció.

-Tenga, póngase este que yo llevaba, es muy calentito, está relleno con las páginas de lo que fue una novela de amor tórrida.

Pedrito no entendía lo que le decía, pero al coger el abrigo vio que el forro estaba algo descosido y pudo comprobar que el relleno estaba hecho de hojas de libros. Se lo puso enseguida y al instante empezó a sentirse mejor. Le dio las gracias y miró alrededor.

El almacén o la biblioteca, o lo que quisiera que fuese, era un sitio curioso. El frío le llegaba, no del aire acondicionado, que no tenía. Le llegaba debido al innumerable número de frigoríficos que había allí dentro.

Pedrito se acercó a uno de ellos. Abrió la puerta que lo cerraba y vio que en su interior, totalmente repleto, se guardaban libros.

-Si no va a coger ninguno- le dijo un empleado de la biblioteca- cierre la puerta, que si no las historias se echan a perder y solo servirán para relleno.
-Perdone, ahora mismo la cierro.

Pedrito se fue hacia otra nevera y lo mismo. Llena a reventar de libros.

Cogió uno y lo empezó a leer.

‘Con el azul más claro que se pudiese imaginar se inició, alegre y luminosa, la mañana’. Así empezaba. Una historia que se presagiaba fresca, mas a las pocas páginas fue cambiando. ‘El sol abrasador empezó a marchitar las flores del jardín’. Fue en ese momento cuando el señor que acompañaba a Pedrito, y que se había retrasado un poco buscando un abrigo relleno con lo que fue alguna historia de los mares del Sur, le dijo que cerrase rápidamente el libro y lo colocase en el interior de la nevera, pero aún tuvo, Pedrito, tiempo de leer. ‘Las hojas secas eran arrastradas por un viento cargado de polvo, en esta tierra muerta de sed’

-Qué extraño- dijo Pedrito- parecía una historia alegre y vitalista y de repente se transformó en una historia con muchos tintes pesimistas.
-Es que no puedes leer los libros de esa manera. Se mueren, así. Si quieres leerte uno has de llevarlo dentro de la nevera portátil y dejarlo que se refresque de vez en cuando, así la historia siempre estará alegre. Si no lo haces así, las historias se mustian.

Pedrito pidió prestada una nevera y volvió a coger el libro.

‘Con el azul más claro que se pudiese imaginar se inició, alegre y luminosa, la mañana’ y seguía ‘El tibio sol primaveral animaba a las flores del jardín a salir’ y más adelante ‘Las verdes hojas eran mecidas por un viento cargado de las fragancias del campo’

Así sí que da gusto leer una historia, exclamó Pedrito.