Ese día Antonio madrugó mucho más de lo habitual. Hacía ya días que le daba vuelta a una noticia y esa noche había sido el punto culminante a sus reflexiones. Se la había pasado toda pensando en los pros y en los contras de la noticia y apenas había conseguido pegar ojo. Sentado en la butaca de su habitación y fumando cigarrillos, es así como había pasado buena parte de la noche y de esa manera lo había encontrado Mina.
Mina era una voluntaria que ayudaba a los ancianos que vivían en la residencia y había cogido un cariño especial a Antonio.
Al entrar en la habitación no pudo dejar de reprimir, dulcemente, a Antonio ya que en la residencia estaba prohibido fumar y la habitación parecía una escena de las novelas londinenses de mediados del siglo XIX, tan densa era la humareda que había dentro. Antonio le contestó lo de siempre. '¿Cómo quieres que deje de fumar ahora, loca?, me he pasado 100 años fumando. Ya es un poco tarde para dejarlo'. Y Mina, haciendo abanicos con las manos, se dirigió a la ventana para abrirla y airear la habitación. 'El día parece que será precioso' le dijo Mina mirando al exterior. Fue al volverse cuando se dio cuenta de los pensamientos de Antonio. Y es que Mina tenía un don, podía saber lo que pensaba cualquier persona.
-¿Antonio, estas bien?- le preguntó.
- Ya tenemos a la adivinadora en acción, cago en la...- dijo Antonio, que era de insulto fácil pero sin mala intención, mientras le sonreía- He tenido una mala noche. Creo que la cena de ayer me ha dado muchos gases y no he parado en toda la noche.
- ¡¡Ya!! ¡¡Como si le hiciera falta excusas para tirarse algún pedo!!
Antonio volvió a sonreír.
-Mi abuelo siempre me dijo, mejor fuera que dentro. Y mi abuelo era un hombre muy sabio.
-Y tú un viejecito muy marranete- y Mina rió- Continuo con la ronda, pero ya sabe, si me necesitas estaré por los pasillos.
Antonio le tiro un beso y se levantó de la butaca.
-Salgo un poco al patio a esperar la hora del desayuno- y comenzó a cantar una cancioncilla de cuando él era un chaval.
Antonio era el anciano más longevo de la residencia. Tenía 113 años.
Salió al patio y se sentó al lado de la fuente. Se sacó del bolsillo un trozo de pan seco y lo empezó a desmigar. Un grupo de palomas ya revoloteaban a su alrededor aún antes de que Antonio empezara a lanzarles las migas de pan.
Al poco rato salió Margarita. Al caminar guardaba un poco de su antiguo esplendor, de cuando fue bailarina, parecía como si flotase al andar. Margarita era su mejor amiga, allí en la residencia, y se alegró al verla.
-¿También huyes de Mina, la bruja?- le dijo Antonio a modo de saludo.
-Tú lo has dicho, esa chica es una bruja. Basta con mirarte y ya sabe lo que piensa. Si no fuera porque es tan buena persona haría la señal de la cruz con los dedos cada vez que me la encontrase.
-Sí, pero ojala todas las brujas fuesen como ella.
Margarita asintió mientras se sentaba al lado de Antonio haciendo algunas muecas porque no le gustaba mucho estar tan cerca de las palomas. 'Son como ratas con alas', le había dicho a Antonio en alguna ocasión y esté le contestaba siempre, que las palomas eran un símbolo de la paz y el amor, pero que nos hemos vuelto, todos, muy tiquismiquis. Así que ya no le decía nada, pero seguía pensando que era unos bichos bastante sucios.
-La verdad es que hoy Mina me ha hablado de ti. Me ha dicho que te rondaba algo por la cabeza pero que no se lo has querido explicar.
Antonio seguía dando de comer a las palomas y sin mirar a Margarita le dijo que era cierto.
-¿Sabes, Margarita? Empiezo a sentirme muy cansado. Tú a lo mejor no me entiendes, aún eres joven.
-Sí, con 84 años una es muy joven.
-Yo ya hace 29 años que cumplí tus 84. Ya habían nacido Antonio, María y Carla cuando tú naciste. He vivido muchos años. Muchos más que la gran mayoría de las personas y he visto morirse a muchas de ellas, casi todas más jóvenes que yo- se sacudió las palmas de las manos para soltar las migas que ahí tenía enganchadas y miró a Margarita- Me estoy muriendo.
Margarita lo miró fijamente, intentando descubrir si lo que le decía era una verdad o una broma.
-¿Te acuerdas de José?- Margarita asintió- Estuvo poco tiempo aquí. Me hacía reír mucho con su manía de no salir al patio si no era con un paraguas en la mano. Creo que fue porque se lo prohibieron que decidió volverse al pueblo. Fue una forma de morir. Ambos sabíamos que no nos volveríamos a ver más. Ya te he dicho, he visto morir a muchas personas y siempre me he preguntado si la vida es esto, un despedirnos siempre- Antonio se alisó el pantalón y se sacudió las últimas migas que le quedaban entre los pliegues-Cuando se van mis hijos, después de visitarme, no puedo dejar de preguntarme si los volveré a ver. Ahora sé que ese momento es muy próximo y me surge la eterna duda, ¿qué quedará de mí?.
En ese momento Victoria, la cocinera jubilada que repartía sus días entre su casa de Collbet y breves estancias en la residencia, sacó la cabeza por una de las ventanas del comedor y les llamó.
-¡¡El desayuno ya está!!
Antonio se levantó muy despacito ayudado por Margarita.
-Ayer recibí carta de Violeta- le dijo Margarita a Antonio mientras se encaminaban hacía el comedor- ¿Te acuerdas de ella? Aquella chiquilla a la que estuve dando clases de baile durante 15 años y con la que me encariñé tanto y que se convirtió, con el permiso de su madre, en la hija que no tuve. Me cuenta que está en Venecia y que es muy feliz. ¿Sabes?, yo también tenía 29 años cuando la conocí, ella tenía 2. Me esperaba junto con su madre, me traía un pequeño ramo de flores. Su madre me felicitaba por mi actuación en el 'Lago de los Cisnes' y Violeta me miraba con sus ojos enormes, llenos de emoción. Ese momento, a pesar de los años que han pasado, jamás morirá en mi memoria. Tú, Antonio, tampoco morirás. Siempre estarás en la memoria de las personas que te quieren y te admiran.
-Gracias Margarita, eres puñeteramente encantadora.
Se sentaron en sus sitios correspondientes en el comedor y Antonio, como siempre hacía, se guardó un trozo de pan en el bolsillo.
Mina lo miró, no necesito en esa ocasión leer los pensamientos de Antonio, el médico ya le había hablado de que se moría. No pudo reprimir que se le escapara una lágrima.
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