Un día, cansado de bajarme siempre en la misma parada, decidí continuar con la ruta hasta llegar al final de ella. Era una mañana radiante del mes de abril. El sol bañaba el interior del autobús y las hojas nuevas de los árboles jugaban a hacer sombras con los pasajeros. Moteaban a uno, se apartaban y deslumbraban a otro y yo, un participante más de ese juego, miraba a fuera y a dentro, viendo como mi sombra se alargaba o encogía según el giro y el sentido del vehículo. Mi mirada estaba cargada de una curiosidad casi infantil. Dejé atrás mi barrio y pasamos por nuevas calles, amplias avenidas, ignotos parques. En cada parada bajaban y subían pasajeros, hasta que poco a poco el autobús se fue quedando vacío. El final de la línea era una rotonda. Un lugar donde yo jamás había estado. Bajé del autobús y comencé a caminar. El camino de vuelta estaba marcado por las sombras que había ido dejando el autobús.
En una esquina, un alto edificio tapaba la luz del sol. Las sombras que me habían ido guiando se agigantaron, cubrían todo el espacio. Dudé. La radiante mañana pareció convertirse en ocaso atardecer. Di un paso, luego otro. Un ser surgió de esas penumbras. Encorvada y muy anciana, una mujer me hacía señas para que me acercara. A medida que me adentraba en ese lugar, la oscuridad era cada vez mayor y la figura de la anciana, a pesar de tenerla cada vez más cerca, por instantes la veía más difusa. En un momento dado, la perdí. Se había mimetizado con la negritud.
No sabía hacia donde ir. Giré en redondo y miré a un lado y a otro. El sol había desaparecido. Una mano fría me agarró del brazo. Di un respingo. El corazón latió a una velocidad inusual. Era la anciana.
Me habló bajo. En susurros tal vez, o eran los latidos de mi corazón que ahogaban sus palabras. Traté de sobreponerme y me agaché para intentar oírla mejor. Llegué tarde y sólo pude escuchar el final de su conversación, ‘... y ahora estás tú’. Al acabar de decir eso la anciana, que me agarraba con una fuerza desproporcionada a su edad, me soltó y mezclándose con las sombras, desapareció.
Por fin, y después de muchos titubeos, encontré el camino de vuelta y tras una larga caminata empecé a reconocer los sitios. Atrás, cada vez más lejos, quedaba aquella negra esquina y la misteriosa anciana, pero en mi camino de vuelta a casa me llevé ese trozo final de frase, ‘... y ahora estás tú’. ¿Cuál fue todo el resto del mensaje?.
Pasaron los años y ahora anciano, en la postrimería de mi vida, cuando el final de mis días es una realidad muy próxima, en un viaje de mi mente por mis recuerdos, vuelvo a revivir ese momento. Mi viejo corazón ya no puede sobresaltarse y la mano fría de la anciana ya no me sorprende. No necesito agacharme, mi cuerpo sufre los efectos de los años y ha menguado de tamaño con la edad. La miro, veo su boca moverse. Pero la vida me pesa demasiado, los años son muchos y mi débil salud no soporta ese lento desgranar, esa revelación. Lanzo un último suspiro.
Noto que empiezo a flotar. Me elevo por encima del alto edificio y una intensa luz, retenida en sus alturas, me indica un nuevo camino. Quiero ir hacia él pero la anciana, surgiendo una vez más de las penumbras, me detiene con sus huesudas manos y me impulsa hacia abajo mientras ella desaparece en el haz de luz. Ahora yo soy el habitante de la oscuridad, de la que un día huí pero que he vuelto y espero.
El tiempo ya no pasa. Sólo el aguardar, el acechar. Permanecer en este espacio ajeno a la realidad de donde un día alguien me sustituirá.
Y ahí se quedó nuestro anciano protagonista, sustituyendo a la anciana que un día le escogiera siendo aún joven. Un relato inquietante y muy misterioso, sin duda, Daniel. Lo comparto para que lo lean también mis seguidores. Besitos y feliz finde!
ResponderEliminarGracias Mayte por compartir esta historia y me alegro que te haya resultado misteriosa e inquietante, evidentemente era el objetivo. Besos.
EliminarMuy bueno el relato, Daniel. Y muy fluído pese a ser todo narrado
ResponderEliminarBesos
Gracias Leo, o Mientras, o Silvia, en cualquier caso muchas gracias. Tu comentario me hace sentir especialmente contento.
EliminarUn gran relato, con el título me había venido algo completamente distinto a la mente, pero la verdad es que ha estado genial.
ResponderEliminarGracias Gema por tu comentario. La verdad es que me cuesta un montón encontrar un título adecuado para poner a aquello que escribo. Es uno de mis muchos puntos débiles.
Eliminar