No creo que jamás pueda habituarme al ronco estruendo del camión de la basura, a ese ruido de aire a presión que le sale a los autobuses cuando pasan por delante de casa. Puede que lo hagan para saludar, pero a las cinco de la mañana mejor es pasar de puntillas, con discreción. Son horas donde los vecinos aún duermen, apurando lo poco que queda de la noche. Son horas inciertas, verdad es, horas a las que algunos ya le ponen el calificativo de mañana y para otros aún es negra noche. Pero para la gran mayoría son horas en las que ya empezamos a removernos en la cama sabedores de que apenas una hora más tarde el cruel despertador dará inicio a una nueva rutina, aquella con la que casi todos los días empezamos a funcionar. Rutina obligatoria y necesaria para que a esas horas la inercia y las pautas establecidas nos conduzcan de la cama al cuarto de baño y de allí a la cocina y de esta de vuelta al dormitorio para vestirnos, y donde una mirada inteligente, carente de esa inercia mañanera, nos haría volver a la cama. Es por eso que necesitamos movernos como autómatas, para no tener que obligar a nuestro cerebro a tomar decisiones que a esas horas nos pueden resultar fatales, no por gustosas y sí por unas obligaciones sociales y laborales contraídas.
Pero es previo, o tal vez preámbulo, a todo esto donde se da inicio a esta breve historia.
Tengo un vecino que esta enamorado; es uno de esos amores que para algunos seres nos resultará difícil de entender, pero si uno es comprensivo no puede menos que alegrarse de ello y sentir envidia a tanta pasión. Y no es que uno no se haya enamorado nunca, que en esto, como en tantos otros defectos humanos, un servidor a caído unas cuantas veces. Ese vecino cada día sale a la calle a las cinco y media. Yo entiendo que es su pasión la que le empuja a tan temprana hora a encontrarse con su amor. No son discretos, son felices. No es un amor que pudiéramos llamar clandestino por la hora en que se desarrolla. Es un amor que comparten con todo el vecindario. No los conozco pero estoy convencido de que ella le es fiel y él, seguro que con rasgos mediterráneos y muy celoso, apostaría que no permitirá que otras manos osen tocarla, aunque alardeará de ella ante los amigos y algunos incluso tratarán de rozar sus curvas con la punta de sus dedos, envidiosos de tan soberbias formas. Él la quiere, no me cabe la menor duda, pero me apuesto lo que sea que en alguna ocasión habrá probado con otras. A ella, eso, no le importa mucho porque sabe que cada día a las cinco y media él aparecerá, le acariciará y ella le corresponderá con su estruendoso gozo. Será unos minutos de plática, donde los vecinos podremos admirar el profundo latir de su pasión, ruido para oídos profano, que produce la potente moto. Luego habrá una punta de mayor intensidad, una especie de orgasmo, y un lento decaer de ese estruendo que la distancia irá llenando de silencios. Silencios que voces de personas, vehículos que pasan, tratarán de llenar.
Apenas media hora para que suene el despertador, trato de recuperar el sueño, pero la cisterna del vecino me dice que mejor me levanto y me apunto a la juerga de los ruidos mañaneros.
Así se desperezan las vidas, no?
ResponderEliminarBesos
Con intromisiones, con incordios, con participación, con ofrecimiento. ¡¡Las vidas se mueven y se conmueven de tantas formas distintas!!.
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