Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

miércoles, 26 de febrero de 2014

Un animal de costumbres

Cuando me fui a la cama a dormir, a pesar del sueño que mostraba en el sofá, lo cierto es que fue acostarme y sentir que el sueño se desvanecía, que toda esa carga que empujaban mis ojos hacía abajo un instante antes, se había quedado allí, remoloneando en el sofá. Me puse boca abajo y del lado derecho, la forma en la que habitualmente invito a Morfeo a que me acoja en sus brazos, pero andaría ocupado con otros, que es hora de mucha actividad laboral para ese dios, y me dejó plantificado y con deseos de mandar a la porra a todos los dioses, sean del Olimpo, del Cielo, o de cualquier otra ubicación que la imaginación humana ha creado para ellos. Después de estarme un buen rato esperando, cual novia despechada, me giré y me puse del otro lado. Fue un acto de rebeldía, de decirle a ese diocecillo que me las podía componer yo solo, pero lo único que conseguí fue el notar como todo mi órganos internos, habituados a la hora de dormir a situarse en el otro lado, hacían el ímprobo esfuerzo de resituarse del otro costado con los normales enfrentamientos producidos por el desconocimiento del hueco que les correspondían; ‘ aquí me pongo yo ', le decía el estómago al intestino grueso, que ya había ocupado su sitio y cualquiera echaba a empujones a ese gordinflón. La mano izquierda, habituada a la libertad, no terminaba de encontrar el sitio donde dejarse caer y las costillas se quejaban de que le molestaba. Los pies parecían que bailaban al no encontrar de que manera dejarlos sobre el colchón. Mi cerebro trataba de poner orden en ese desbarajuste pero apenas atinaba a colocar bien la cara sobre la almohada, ‘ la nariz aquí, la oreja de esta manera, la mejilla así, ¡¡bien!!- animaba el cerebro a ese trozo de mi cuerpo’, que enseguida que ponía atención a otra parte de mi ser, la nariz se hundía en la almohada y empezaba la asfixia, la oreja se doblaba y amenazaba con, al levantarme, parecer medio Dumbo, la mejilla se incrustaba en la almohada y empujaba la boca hacia arriba, dibujando un rictus por donde una ligera babilla salía a ver que narices estaba pasando. Un desastre esto de las costumbres, uno quiere innovar y sólo encuentra trabas. Boca arriba, pensé. La espalda es sufridora y ya esta acostumbrada a cualquier mal posición a la que la someto y con esa guisa y recurriendo a un viejo truco de relajación consistente en dormirme de aburrimiento, pues eso, al final me dormí.

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