Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

sábado, 1 de noviembre de 2014

Pedrito Devoralibros

Lo primero que hacía Pedrito Devoralibros cada vez que llegaba a una nueva ciudad, era ir a la biblioteca de la misma. Eso hacía siempre y eso fue lo primero que se propuso en cuanto llegó a la ciudad llamada Buc.

-¿Dónde tienen la biblioteca?- le preguntó a un señor que estaba en una parada de autobús.
-Pues qué casualidad- le contestó- acabo de salir de ella. Está aquí al lado, a la vuelta de la esquina.

El señor le contó a Pedrito maravillas de la biblioteca y le dijo que sin ninguna duda allí encontraría cualquier libro que buscase, pero que si quería leer algún libro no le dejarían si iba así. ¿Cómo?, preguntó Pedrito, ¿por qué?, pero en ese momento llegó el autobús y el señor, cogiendo una nevera portátil que tenía a los pies, se disculpó y se subió a él.

Pedrito se quedó intrigado mientras se despedía del señor y veía como el autobús se alejaba y se entremezclaba con la circulación. Por cierto, Pedrito se fijó en que las líneas de autobuses no estaban numeradas, se distinguían unas de otras por un título de libro, en concreto, la que cogió el señor se llamaba 'Cumbres borrascosas' y el final de la línea estaba al pie de las montañas, en las afueras de la ciudad.

Al perder de vista el vehículo, Pedrito giró sobre sus pies y se encaminó allí donde le había indicado el señor.

Al llegar a la calle miró por todas partes, a ver si veía la biblioteca, pero no encontraba ningún edificio que se le pareciera. Sólo había un gran almacén de electrodomésticos en medio de la calle. Como había mucho movimiento de personas alrededor del almacén, decidió acercarse y volver a preguntar por la biblioteca.

La persona a la que preguntó le miró como si se sorprendiera de la pregunta, y le señaló el almacén con la mano que tenía libre. En la otra, al igual que el señor de la parada del autobús y de muchas de las personas que transitaban por esa calle, cargaba una nevera portátil, que al parecer, por los gotones de sudor que le corrían al señor por la frente, debía de pesar lo suyo.

El señor se introdujo dentro del almacén y Pedrito volvió a quedarse sólo. Como no sabía a dónde ir, decidió entrar dentro y preguntar a algún empleado, seguro que le sabrían indicar dónde se encontraba la biblioteca.

Al entrar en el almacén lo primero que le llamó la atención fue el frío que hacía dentro. Entonces vio como la gente que entraba se acercaba a unas perchas que había en el vestíbulo y cogían unos abrigos allí colgados y también comprobó que los que se iban a ir, se quitaban el abrigo y los dejaban allí, en esas perchas.

Pedrito preguntó a una de las personas que estaba dejando un abrigo si él podía cogerlo y el señor le contestó que claro, que cómo si no iba a aguantar ese frío. Pedrito le dio las gracias por dejarle su abrigo, pero el señor le dijo que no era suyo. Le explicó que el abrigo formaba parte de los servicios a los usuarios que ofrecía la biblioteca. Pedrito lo miró sorprendido.

-¿Me quiere decir que estoy en la biblioteca?- le preguntó Pedrito.
-Pues claro, ¿es que no has estado nunca en ninguna?
-Sí, pero esta es diferente a las que conozco.

El señor miró a Pedrito.

-No sé cómo son las bibliotecas que conoces, pero aquí todas son iguales.

Pedrito empezó a temblar de frío. El señor, viendo que se estaba poniendo azul, cogió el abrigo que había llevado y se lo ofreció.

-Tenga, póngase este que yo llevaba, es muy calentito, está relleno con las páginas de lo que fue una novela de amor tórrida.

Pedrito no entendía lo que le decía, pero al coger el abrigo vio que el forro estaba algo descosido y pudo comprobar que el relleno estaba hecho de hojas de libros. Se lo puso enseguida y al instante empezó a sentirse mejor. Le dio las gracias y miró alrededor.

El almacén o la biblioteca, o lo que quisiera que fuese, era un sitio curioso. El frío le llegaba, no del aire acondicionado, que no tenía. Le llegaba debido al innumerable número de frigoríficos que había allí dentro.

Pedrito se acercó a uno de ellos. Abrió la puerta que lo cerraba y vio que en su interior, totalmente repleto, se guardaban libros.

-Si no va a coger ninguno- le dijo un empleado de la biblioteca- cierre la puerta, que si no las historias se echan a perder y solo servirán para relleno.
-Perdone, ahora mismo la cierro.

Pedrito se fue hacia otra nevera y lo mismo. Llena a reventar de libros.

Cogió uno y lo empezó a leer.

‘Con el azul más claro que se pudiese imaginar se inició, alegre y luminosa, la mañana’. Así empezaba. Una historia que se presagiaba fresca, mas a las pocas páginas fue cambiando. ‘El sol abrasador empezó a marchitar las flores del jardín’. Fue en ese momento cuando el señor que acompañaba a Pedrito, y que se había retrasado un poco buscando un abrigo relleno con lo que fue alguna historia de los mares del Sur, le dijo que cerrase rápidamente el libro y lo colocase en el interior de la nevera, pero aún tuvo, Pedrito, tiempo de leer. ‘Las hojas secas eran arrastradas por un viento cargado de polvo, en esta tierra muerta de sed’

-Qué extraño- dijo Pedrito- parecía una historia alegre y vitalista y de repente se transformó en una historia con muchos tintes pesimistas.
-Es que no puedes leer los libros de esa manera. Se mueren, así. Si quieres leerte uno has de llevarlo dentro de la nevera portátil y dejarlo que se refresque de vez en cuando, así la historia siempre estará alegre. Si no lo haces así, las historias se mustian.

Pedrito pidió prestada una nevera y volvió a coger el libro.

‘Con el azul más claro que se pudiese imaginar se inició, alegre y luminosa, la mañana’ y seguía ‘El tibio sol primaveral animaba a las flores del jardín a salir’ y más adelante ‘Las verdes hojas eran mecidas por un viento cargado de las fragancias del campo’

Así sí que da gusto leer una historia, exclamó Pedrito.

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