Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

lunes, 27 de octubre de 2014

Trapos de camisa

Existen prendas famosas. La túnica de Demis Roussos, la gabardina del inspector Colombo, el sombrero de Indiana Jones. Incluso algunas son famosas por su ausencia como las bragas de Sharon Stone en 'Instinto Básico'. Siempre hemos sido objeto de envidia y se nos ha utilizado para clasificar a las personas en estratos sociales o su pertenencia a determinadas corrientes o modas urbanas. También están aquellas personas que nos abolen y hablan de las excelencias del nudismo, pero son pocas y piensa que en esos casos, cuando los más grandes artistas han tenido que dibujar esos cuerpos desnudos, los han semivestido con una hoja de parra.
Como puedes comprender, después de lo que te he dicho, no me has de ver sólo como una camisa.
Te advierto que podemos evocar lo más sagrado como lo hace la sábana Santa de Turín, o atraer con nuestra presencia el miedo, tal y como lo hace la capa del conde Drácula. Significamos el esfuerzo, 'sudar la camiseta'.
Con sólo nuestra presencia se puede saber a qué se dedican las personas. Policías, bomberos, soldados, médicos. Y también de qué parte del mundo son. Tiroleses, flamencos, árabes, indios, chinos y paro que no quiero hacerme pesada, pero quiero hacerte ver que estás delante de alguien que es muy especial.
Tú, seguramente, pensarás que exagero. Que no soy para tanto. Que en el armario de casa hay un montón. De todos los colores, para todas las ocasiones, que las hay nuevas, viejas. Y por lo tanto, piensas, que yo no soy más que otra que ocupa una percha. ¡¡Que confundida que estás!!
Te puedo hablar del día que me compraron, ¿te crees que fue fácil? Éramos decenas y eso sólo en la tienda donde yo estaba. En todo el centro comercial seríamos miles. Un ejercito de bordados, transparencias, cuadros, líneas, flores, colores, mangas largas, cortas, incluso tres cuartos. Las había para fiestas, para el día a día. Estaban aquellas que ya se les había pasado el momento y se encontraban en la sección de oportunidades, y no te vayas a creer que estás no contaban, sus precios eran escandalosamente baratos y me hacían una feroz competencia.
Yo no lo tenía fácil. Me encontraba en medio de una pila. Era muy difícil que dieran conmigo, pero sin ellos saberlo, yo estaba destinada a caer en sus manos. Me costó, no obstante, lo mío. Tuve que arrugarme de tal manera que toda la pila de camisas que había encima mío se hizo inestable y cayó al suelo.
Jajaja. Recuerdo el grito de contrariedad que lanzó la dependienta.
María pasaba, en ese momento, al lado de la pila y la dependienta creyó que había sido ella la que había tirado la montaña de ropa. María también lo creyó y se sintió culpable. Se agachó, junto con la dependienta, con la intención de recoger la ropa del suelo. 'No, señora, por favor. Esto forma parte de mi trabajo', le dijo la dependienta mientras le indicaba que se levantase.
Fue en ese momento. Yo estaba allí, delante suyo. Es cierto que algo arrugada, pero María se sentía tan mal, que a modo de excusa me cogió y le dijo a la dependienta que me compraba. Yo, por fin, había conseguido lo que quería.
¿No me dirás que la historia no está bien? Estoy convencida de que tu historia es mucho menos interesante que la mía.
Jajaja. Te has quedado con la boca abierta. No sabes qué decirme.
Camisa entendió mal el gesto. Tijeras se cerró sobre ella y la convirtió en unos trapos para el polvo.

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