Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

lunes, 10 de noviembre de 2014

El edificio

El edificio se encuentra escondido en un pequeño paseo, en una zona algo apartada del centro de la ciudad. Gigantescos plataneros dan sombra a su fachada y parecen que, cuando el viento los mece, susurran unos monótonos cánticos.

Cruzando la puerta de la calle te encuentra el vestíbulo. Éste es un espacio amplio que está adornado con una jardinera con plantas de aspecto tropical, también hay un cómodo sofá y una mesita de centro. En uno de los lados del mismo está el mostrador donde en otros tiempos, cuando el edificio tenía portero, éste atendía a los visitantes. Detrás del mismo se haya la puerta de acceso a la vivienda de la portería.

Del vestíbulo surge, al frente, una escalera ancha y señorial. Tiene detalles de estilo floral, tanto en los adornos que ennoblecen el hierro forjado que sustenta el pasamanos, como en las baldosas que embellecen el suelo. Al lado de la escalera se encuentra el ascensor. Una impresionante pieza de coleccionista con cerca de cien años de antigüedad. El ascensor posee un cómodo butacón y un majestuoso espejo.

Hasta aquí lo normal. Ahora me toca avisarte. No te dejes engañar por el aspecto pacífico de ese entorno, nada es como parece en ese edificio. Aún estás a tiempo de mantenerte a salvo del poder maléfico que habita en él. Conozco a la especie humana y se que mis palabras han podido inspirar un mayor deseo de conocer ese sitio, así que ahora hablaré de lo que hay detrás de esa tranquila fachada.

Sólo si se te ocurre sentarte en el sofá será cuando abrirás la infernal puerta, aquella que te trasportará a un mundo paralelo. Un mundo habitado de extrañas bestias. Todas las cosas cotidianas que vistes a la entrada se transformarán. La mesita de centro será, en esa realidad, un inmenso lago. Todo aquello que pongas sobre ella se convertirá en uno de los innumerables restos de naufragios que en él ha habido. ¡¡Y no se te ocurra apoyarte en ella!! Sólo hazlo si es que quieres acabar tus días viviendo en una diminuta isla, en medio de ese lago. Porque en eso se convertirá la jardinera que vistes en la entrada. Una pequeña isla impenetrable hacia su interior y con sus escasas playas atestada de objetos que, cómo ya te he dicho, naufragaron en ese lago.

¿Te acuerdas del mostrador del portero? Será una muralla. Una defensa precaria y escasa que trata de evitar que unas fuerzas raras y extrañas, y que habitan en el espacio que en nuestra realidad es la vivienda de la portería, nos invadan. Por qué, ¿sabes?, lo más terrible es la falsa esperanza de pensar que todo eso es producto de una pesadilla. No lo es. Es un portal, un punto común entre nuestro mundo y aquel otro, del cual no sabemos apenas nada, sólo minúsculos retazos de conocimiento que se han podido ir recopilando sobre esa realidad y que sólo sirve para indicarnos cuan terrible y atroz es.

Si crees que todos los males se acaban aquí, estás en un peligroso error. Si piensas que eludiendo el sofá será suficiente para que el portal a la otra dimensión no se abra estás cometiendo la peor de las equivocaciones. El sofá es un camino, pero no es el único. Si en tu osadía decides seguir adentrándote en el edificio y optas por el ascensor ya te aviso, ahora, que nadie de quienes te han precedido en esa decisión, han regresado nunca. Hojas manuscritas, encontradas esparcidas al lado de la puerta del ascensor, y escritas por aventureros anteriores a ti, describen las terribles experiencias vividas. Sólo un sentimiento piadoso me hace desear que todo lo escrito sea producto de una repentina locura y no de una malsana realidad. Se puede leer, en esos escritos, como el espejo es en realidad una puerta, otra, a una dimensión diferente. ¿La misma qué la anterior? No se sabe. En los manuscritos se leen la descripción de profundos abismos, sin precisar si son mundos subterráneos o escarpados riscos en montañas inaccesibles. El butacón parece ser una especie de vehículo transportador, pero las reseñas sobre él son muy confusas.

La opción de la escalera no te vayas a creer que es más segura. Será comenzar a subir por ellas cuando, sin ningún tipo de aviso, te verás envuelto en la más temible de las selvas. Espacio inhóspito, carente de caminos, sólo una delgada senda en muchos momentos devorada por la vegetación. Un mundo sonoro, una cacofonía ensordecedora, enloquecedora, que surge de lo más alto de las copas de los árboles. Tu cuerpo temblará ante el constante roce con plantas puntiagudas, muchas ponzoñosas y que te causarán terribles dolores. La senda está transitada, a la vez, por millones de insectos. Bestias minúsculas pero voraces que no dudarán en atacarte. Si consigues resistir todo este terrible martirio llegarás a la primera planta. En ella hay tres puertas pero no puedo hablarte de que encontrarás tras ellas, nadie ha sabido explicar nada de una forma sensata. Los pocos que han podido regresar lo han hecho embrutecidos y balbuceando palabras incoherentes, tal vez un idiomas ancestral.

Aquí paro en mi relato. Lejos oigo un grito aterrador, el tumulto de pasos que noto que se acercan. Se que se aproxima mí hora y sólo me alivia la esperanza de que lo aquí escrito pueda servir de aviso, detener la entrada a este mundo de más personas.

Atado lo dejo, a este cuerda de Ariadna, con la esperanza de que alguien, desde el exterior, lo pueda recuperar.

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