Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

viernes, 17 de enero de 2014

Japonés

Era irracional y militante y no se podía discutir con él. Tenía una librería en la zona vieja de la ciudad y sus estantes daban hospedaje a todo tipo de literatura, pero donde volcaba su pasión era en la sección de autores japoneses. Libros, entre otros, de Haruki Murakami, Yasunari Kawabata, Ryūnosuke Akutagawa y de su favorito, Yukio Mishima, atiborraban esa parte de la librería. Su entusiasmo era tal, que cuando algún cliente entraba por su puerta él no dudaba en conducirlo a esa parte de la tienda siempre. Allí le empezaba a mostrar uno y otro y les hablaba de ellos con tal pasión que tartamudeaba de una manera muy graciosa. Graciosa si no fuera porque al comprobar que el cliente insistía en llevarse el último bestsellers que le había recomendado el diario y desatender sus consejos, Miguel, nuestro librero, dejaba de tartamudear, lanzaba un grito a uno de los chicos que tenía empleados y se alejaba del cliente murmurando 'no hay cura para la ignorancia'. Vivía en la misma librería, en la zona del altillo, y los domingos por la mañana se asomaba por un balconcito a la pequeña plaza en donde estaba su local, con el kimono puesto a modo de pijama, y gritaba 'ohayou gozaimasu' (buenos días en japonés) al tendero de la tienda de alimentos de enfrente suyo. Este movía la cabeza. Jamás se podría acostumbrar a las excentricidades del librero, pensaba, mientras ordenaba la fruta y trataba de acordarse de alguna frase en japonés que Miguel le había enseñado, para responderle a modo de saludo.

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