Memorias de un desconcierto
martes, 14 de enero de 2014
El marido
Pacientemente velaba el marido a su mujer. La cama en la que compartieron, durante tantos años, abrazos y caricias, ahora era cama de hospital y los libros, anillos, collares que reposaban en la mesita de noche se habían trastocado en frascos de medicina y cajas de pastillas. El destilar de las horas, antes convividas, ahora vividas en la soledad de quién guarda, de quién vigila. Ancha se hacía la noche, interminable, escenario de pesadillas que surgía en las largas vigías pasadas en vela, aguardando el no saber qué, si la solución milagrosa, o, tal vez al revés, el desenlace fatal. Noches en que enjugaba sudores y repasaba las pilas de su linterna que utilizaba para no tener que encender la luz de la habitación. Noches donde su imaginación no tenía más camino que el presente angustiante en que vivía. Como en un campamento, cuando niño, aterrado por las historias fantasmales contadas alrededor del fuego, él echaba palitos, en forma de caricias y cuidados, a la fogata para que no se apagara. Asustado ante la posibilidad de la oscuridad total de la soledad o de la muerte.
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