Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

miércoles, 29 de enero de 2014

El escritorio

El escritorio estaba bastante desordenado, lleno de papeles arrugados. Historias que había empezado y que tras escribir unas pocas líneas las había dejado, incapaz de encontrar, hoy, la forma de seguir cualquier relato. La mirada pasaba de un nuevo papel en blanco que tenía sobre la mesa, al cartel de un película de los hermanos Marx, de ahí a la ventana donde veía como la lluvia arreciaba y se transformaba en un espectacular aguacero y pasando, una vez más, al dichoso papel. Este es el terror de todos los escritores, el papel en blanco, pensaba mientras la sinusitis que tenía me hacía aún más costoso el esfuerzo de concentrarme. En un acto de rabia cogí el papel que tenía delante y me soné la nariz, 'a falta de ideas que al menos me sirva para liberarme un poco de este malestar que tengo'. Me levanté de la silla y empecé a moverme por el piso, a hacer algo que me sacara de esta situación de impotencia. Me encaminé hacia la cocina y de allí al cuarto de baño, me asomé a la habitación donde dormía y vuelta, otra vez, al comedor, donde en un rincón del mismo había habilitado un espacio para escribir, poco más daba de si el piso. Me desentumecí con enérgicos movimientos y volví a la mesa escritorio. Rescaté uno de los papeles que había sobre ella. 'El oro de sus empastes hacía que la boca de Jimmy pareciera la antesala de Fort Knox. A todo el mundo que le preguntaba Jimmy les respondía, no sin antes obsequiarles con una amplísima abertura de boca, que el mejor sitio para tener uno sus ahorros es muy cerca de si mismo, y entonces movía la cabeza para que pudieran comprobar que todos sus dientes eran de oro, que dejar las riquezas de uno en manos de otros le parecía una idiotez suprema, y entonces se daba unos golpecitos en sus incisivos áureos, por eso él lo llevaba en la boca, acababa, porque no sólo le daba de comer, además le ayudaba a comer, y entonces reía con una sonora risotada. Jimmy era así, práctico. Vivía en una casa de madera rodeada de un extensísimo maizal donde sus vecinos no eran otros que los bichos que pululaban entre las mazorcas. Sus aficiones era el fútbol, que veía por un canal de pago ya que la señal de la antena no le llegaba, y hacer esculturas metálicas con restos de cacharros viejos que encontraba en sus viajes al pueblo. Tenía un juego de limas con el cual conseguía darle cualquier forma deseable a los hierros oxidados, y este juego de limas era su segunda debilidad después de su dentadura. Lo había heredado junto con la casa'. Aquí se había acabado toda la inspiración y una vez más me veía incapaz de encontrar una forma de seguir con esta historia, ni con ninguna de las otras que, esparcidas por el escritorio, esperaban un final apropiado. La lluvia golpeaba los cristales de la ventana y parecía que me invitaba a mirarla, a dejar esa mesa por hoy. Tal vez fuese mejor así y cogiendo el bote de los polvos talco me puse un poco por debajo de la nariz con la intención de aliviar la irritación que me había producido el exceso anterior.

2 comentarios:

  1. Daniel, ¿de dónde sacas esos personajes tan originales? no te quedes en blanco, por favor! ;)

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    1. Gracias Gala, eres muy amable. Cada día es una lucha con esas ideas que pululan por la cabeza pero que a la hora de plasmarlas en unas líneas se vuelve escurridizas.

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