Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

lunes, 27 de enero de 2014

El vigilante

Cojeaba al andar debido a un golpe que se había dado en la cadera mientras practicaba uno de los ejercicios de aeróbic que cada mañana, por la televisión, él seguía. Trabajaba de personal de seguridad y la forma física era importante, pero su sueldo no daba para ir a un gimnasio, así que lo sustituía siguiendo un programa en la televisión y por las mañanas, antes de ducharse e irse al trabajo, se ponía delante de la pantalla, en medio del comedor, con unos pantaloncillos cortos, una camiseta vieja y se daba panzadas al suelo, hacía giros con la cintura y se ponía a correr muy fuerte sin avanzar ni un centímetro. Así todos los días durante media hora, luego dejaba la camiseta llena de manchas de sudor en el cesto de la ropa sucia, el pantalón no, el pantalón se lo ponía alguna vez más antes de ponerlo a lavar. Se duchaba y salía a la calle con esa especie de energía renovada que le daba el ejercicio. Cada mañana hacía estas rutinas y tenía estas sensaciones hasta el día de hoy. La monitora del programa, en un alarde imaginativo, y estéticamente muy atractivo, se había puesto bocabajo en el suelo y había empezado a mover las caderas cual si fuera un caimán cruzando un río. Él se tumbó todo lo largo que era, atraído, y embobado, por la imagen sinuosa de la monitora moviendo su estrecha cadera. Su comedor era diminuto, para nada tenía las dimensiones del plató de televisión y además estaba atestado de muebles, que previamente había de mover un poco para dejar espacio, aunque lo cierto es que el hueco logrado daba para poco. Al empezar a hacer el caimán, con su mirada siguiendo la perfecta figura que se veía por televisión, su cadera impactó con las patas de la mesa del comedor y un fuerte dolor, acompañado de un momentáneo ahogo, le dejó quieto en el suelo. Cogiéndose muy fuerte el costado con la mano trató de convencer de que el dolor no era producto del golpe y sí de sus malas artes apretándose el lado. No le funcionó la estratagema y al tratar de levantarse y apoyarse con las dos manos, notó que el dolor del costado era igual de intenso. El problema mayor fue cuando al incorporarse notó que ese dolor tenía aficiones viajeras y se le extendía pierna abajo, y le impedía caminar con normalidad. Hacía tarde para ir a trabajar, no podía esperar que el dolor remitiese, así que fue cojeando a la cocina y sacó del congelador un paquete de guisantes que guardaba en el mismo desde hacía tiempo, y que había ido postergando se consumo un día y otro más, y envolviéndolos con un trapo de cocina se lo puso en el costado mientras se colocaba el pantalón del trabajo y hacía que se sujetase los guisantes con el cinto del mismo. Al llegar al trabajo, notó que los guisantes se habían descongelado y esa parte de la vestimenta, pantalón, camisa y chaqueta, estaba adornada con una horrorosa mancha de humedad. Para colmo ni el dolor en el costado ni la cojera habían pasado. Inició su ronda por la obra y vio a unos chiquillos que aerosol en mano, pintaban algunas de las casetas utilizadas para guardar herramientas. Les grito desde lejos, incapaz de acercarse con la suficiente rapidez. Cual fue la sorpresa de los jóvenes cuando vieron acercarse a ellos a un ser renqueante, con una mancha de humedad que le había recorrido toda la cintura y daba un aspecto bastante equívoco de su origen, porra en mano y gritándole no se entendía bien el qué. Salieron en estampida y dejaron a nuestro vigilante plantado en medio de la obra, dolorido, mojado e inútil como el profiláctico guardado en el bolsillo del pantalón que no llevamos en el día de la cita.

2 comentarios:

  1. Me encanta, lástima que acabe aqui, necesito una segunda parte. Habla de cosas que son muy corrientes y te metes en el personaje. Me gusta

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  2. Vaya, no se si habrá una segunda parte. Lo mío es esbozar historias, pero nunca se sabe, tal vez algún día quiera el señor vigilante hablarnos un poco más de él. Muchas gracias por tu comentario, es el primero que me hacen en este blog.

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