Mundos separados. Líneas invisibles que nos alejan. Fronteras trazadas en papel. La memoria nos aflige por el alto número de veces que nos hemos ido, que no hemos sabido estar. La pena del desencuentro, la tristeza que nos envuelve como una prisión. Y así van pasando los días, entre los sudores del verano y el eterno caminar hacía ninguna parte. Y así van pasando las horas, con los gotones del sudor y la búsqueda constante de una vereda con sombra fresca, con verde césped, donde poder descalzarnos, donde poder mojar los pies en el agua cristalina, limpia y fría de algún arroyo de montaña. Y mirar y ver que todo está en su sitio y tocar las cosas con la yema de los dedos y sentir su punzantes esquinas, que nos hace sangrar para así notar que aún no hemos muerto. Y construir una casita y cuidar un árbol y asaltar con furia la valla que nos separa y vivir nueve minutos juntos, no diez que sería perfecto y no ocho que nos parecería infinito. Y creer en la inmortalidad y no asustarnos de las culebras que acechan en el sendero. Y ser plural, y ser más, y tal vez multiplicarnos, y no pensar en el jueves como en el fin de la semana y empezar el lunes como si todo nos pudiera sorprender.
Me enjuago la boca para eliminar el mal aliento con el que cada día me levanto. Y hago gárgaras y escupo con fuerza el líquido, como pretendiendo arrancar con toda la violencia que puedo esa pestilencia que sale de dentro de mí. estoy podrido, pienso, y me enciendo un cigarrillo para disimular esa fetidez con el gusto a tabaco, porque ya no tengo que preocuparme de que mis besos te den arcadas y porque no tengo que salir al balcón a fumar, porque es verano y estoy desnudo y no quiero vestirme, no quiero empezar a sudar.
Miro el correo mientras espero la hora de irme y separo lo que me aburre de lo que es basura, y separo lo que ya leeré de lo que no leeré nunca. Y al final no queda nada. Un mundo vacío, así he construido mi vida, con cosas que me aburre y llenas de basura, con cosas que ya haré y otras que no haré nunca. De malos hábitos y de buenas intenciones, muchas veces pensando que es mejor estar en cualquier otro sitio. Y salgo de casa y cruzo todas las fronteras que se interponen para descubrir, al final, que vuelvo a estar aquí, en este mundo separado.
Y algo cierto con lo que acabar. Jamás supe cantar.
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