Arrancó con furia otro pétalo a la margarita. Un nuevo sí, otro nuevo no, ya había perdido la noción del orden y había entrado de lleno en un mundo donde las contradicciones eran continuas. Desearía llevar los estribos de su vida, alzarse por encima de las eternas dudas, volar como los pájaros y no esa sensación de arrastrarse como si fuera una culebra. Si al menos fuese víbora, sería más respetado, más temido.
Era jueves, aunque eso no decía mucho, ajeno como estaba al monótono contar del calendario. Mejor decir que hacía nueve semanas desde que empezó a salir con ella, que tampoco es mucho decir. Habían sido días intensos, vividos en su plenitud, días de 48, 72 horas. Para ser más exactos tendríamos que decir que hacía toda una vida, una de las muchas que vivimos a lo largo de nuestros años, que estaba con ella.
Era feliz. estaba satisfecho. Y podría haber hecho durar estas sensaciones mucho más tiempo si no fuera porque un día le asalto la duda. Cual científico loco que se dedica a arrancar una pata, y luego otra, a una pulga hasta comprobar cuando deja de tener la capacidad de saltar, un día se le ocurrió poner bajo el microscopio de sus celos hasta donde ella sería capaz de amarle.
La primera patita que arrancó fue el dejar de llamarla por teléfono. Ella no le comentó nada, parecía que no era un tema que la inquietaba y si volviésemos al símil, diría que la pulga podía continuar saltando. Lo segundo que hizo fue enviarse mensajes a si mismo. Mensajes tórridos, apasionados. No tuvo en cuenta la ausencia de indiscreción de ella y que los mensajes sólo serían leídos por él. La tercera fue perfumarse con algún aroma de mujer. Aquí consiguió una primera inquietud, una primera pregunta, una inquisición sobre que olor emanaba.
Sería largo enumerar todo el proceso. También sería complicado. Cuando se empieza a jugar con los sentimientos rozamos las cuerdas de nuestra vida y empezamos a balancearnos incapaces de controlar hacía donde nos vamos o movemos. Al final, un día, hoy, ella dejó de ser pulga, tal vez ya no tuviera patas, se quedó mustia y el amor se acabó.
Hoy, él arranca pétalos a las margaritas, preguntándose si le quiere o no. Tal es su locura que ni se acuerda de su experimento. Se muestra airado. Le culpa a ella de la zozobra de su vida.
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