El reloj de arena se paró. Una chinilla, un minúsculo grano de arena se negó a pasar por el tubo y detuvo el tiempo. Un atasco colosal se formó en parte superior mientras que en la inferior otros granos, que habían aceptado su destino, le animaban a seguirlos. Ni la presión de los de arriba, ni los ánimos de los de abajo, convencieron a ese pequeño grano de hacer aquello por lo cual había sido escogido. Yo soy trozo de playa, de olas que me mecen, de brisa que me lleva y no esclavo de un tiempo al cual no quiero servir. Eso gritaba nuestro protagonista luchando contra el poder del vacío. Tal fue su lucha que el mundo se detuvo.
Así lo constató Pedro cuando se veía delante del espejo, inmóvil, detenido en sus movimientos, con el nudo de la corbata a medio hacer. ¿Qué sucede?, pensó, pues ni mover la boca podía. Con el rabillo del ojo veía a su loro posado en el palo de la jaula parado en una acrobacia imposible de sostener si no fuera por esa ausencia en el transcurrir del tiempo.
Como soy escritor con pocos recursos os diré que así fue pasando las horas. Una incongruencia de mi historia ya que os he dicho que todo se detuvo, pero no encuentro la forma de avanzar si no es con esta incoherencia de quién no busca la lógica y se empecina con el continuar de la historia.
Sucedió que tal era la presión de los granos que estaban en la parte superior, y en la parte inferior, que el reloj de arena empezó a vibrar de tal forma que, en pequeños saltos, cayó de lo alto de la mesa donde se encontraba y se rompió en mil trozos. Todo el tiempo quedó esparcido en el suelo.
El tiempo dejó de tener continuidad y el pasado, el presente y el futuro se entremezclaron. Todo uno a la vez.
Pedro pasó de hacerse el nudo a estar desnudo, de estar desnudo a ponerse la chaqueta. Del pijama para irse a dormir pasó a verse con el chándal de salir a correr.
¿Qué locura es esta?, se preguntaba angustiado.
En una de esas escenas, que iban adelante y atrás en su vida, se vio con una escoba barriendo el montículo de arena que había en su salón. Fue entonces cuando todo se ordenó.
El escritor, que soy yo, después de releer la historia no puede dejar de pensar que ha de buscar un final más aleccionador ya que el relato en si se aguanta poco. Puedo decir que la moraleja de la historia es aquella en que nuestra vida no es más que una sucesión de cosas, ordenadas y pautadas y que el simple cambio de esa normalidad nos conduce al caos. Pero no es este un final por él que yo votaría. Prefiero escribir que de todos los granos de arena que Pedro recogió sólo uno se le escapó. ¡¡En efecto!!. Fue nuestro amigo, el protagonista primero de la historia.
Al romperse el reloj de arena, él salió disparado hacía arriba y una corriente de aire que había en el piso lo llevó, mecido, lejos de allí.
Así que la historia la puedo acabar diciendo que Pedro, al acabarse de hacer el nudo de la corbata notó que algo había cambiado. Se deshizo el nudo, se arremangó las mangas y se notó más libre.
¿Y el loro?, es pregunta que me llega de algún lector amante de los animales. El loro, angustiado lector, siguió con sus cabriolas ya que él nunca ha tenido la necesidad de ajustar su vida a un tiempo. La pausa de antes no era más que una imitación que hacía de su dueño, que no sólo en el hablar tienen habilidades estos animales.
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