Memorias de un desconcierto
jueves, 19 de junio de 2014
El interno
El interno se pasea desnudo. El celador le mira mientras un habano a medio consumir cuelga de sus labios. Es una tarde como cualquier otra y el sol se cuela por las altas ventanas rompiendo las tinieblas del recinto. Todo está en su sitio. Todo dentro de un orden permanente. Un gran reloj de pared marca los minutos con riguroso paso y canta los cuartos con monótona voz. Nada llama la atención de este escrito. Nada se puede llamar inusual, incluso que el interno se masajee los pechos. Un cartel informa de las ventajas de hacer una vida sana. Una gran nube cubre, de repente, el cielo que se vislumbra por los ventanales. Un aguacero intenso sacude la tierra. Son gotas de agua, pero la fuerza con la que cae les hace convertirse en pequeño proyectiles. Los cristales retumban y en la sala donde el celador tiene su escritorio, un bicho que se mueve por los cristales parece mirar la lluvia. Una gota golpea por la parte exterior del vidrio y el insecto extiende sus alas y vuela. Todo parecería normal si no fuera porque encima de la mesa, junto a los papeles donde se desvelan los misterios de cada interno, un profiláctico yace lleno de semen.
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