Memorias de un desconcierto
martes, 13 de noviembre de 2012
Volaba la rana
Volaba el pato, volaba el ganso. Volaba el águila, volaba la rana. ¿La rana? Sí. Nadie le había dicho que no tenía alas. Volaba la rana y croaba. Nadie le había dicho que no cantara. Voló un zapato, enmudeció su canto. Que vueles me lo trago, que cantes no tanto. Calló la rana, voló a otra rama. Un ruiseñor se encontró. Enseñame a nadar, yo te enseñaré a cantar. La rana se fué a un lago, con el ruiseñor al lado. En noches de luna llena sucede lo que uno quiera. La rana volaba y cantando afinaba, el ruiseñor nadaba y a hacer ahogadillas jugaba. Salió un pez del fondo del lago. ¿Que es todo este escándolo? La rana se zambulló a su lado. El pez dió un salto. El ruiseñor se animó y desde el árbol, haciendo una pirueta, al agua se tiró. El lago era un ajetreo, con peces, ranas y pájaros alborotando. La luna apartó una nube, que no le dejaba mirar. Por una noche que me divierto no me lo venga este cúmulo a estropear. Un niño que no dormía reía y reía. Y correteando por el lago, perseguía a la rana que seguía croando. El ruiseñor le animaba y el pez, algo más serio, le decía que no se mojara. Vaya pez más raro, le gusta estar seco y no mojado. Así que el niño, que era un travieso, se le acercó como no queriendo y metiendo las manos en el agua levantaba olas que al pez indignaba. La rana soltó un gorgorito y el ruiseñor aplaudió con brio. El pez que se secaba, miró a la rana y con cara extasiada, le pidió que no callará. La rana estaba lanzada y croó hasta la madrugada. El niño en su cama reía y antes de abrir los ojos, les dijo a su pandilla, esta noche regreso, ahora, lindo sueño, aquí te dejo.
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