El plato de espaguetis reposaba, a medio comer, en la pica de la cocina. La salsa de tomate se entremezclaba con el agua e iba formando un conjunto rosáceo en la superficie. Los largos fideos navegaban por ese colorido lago antes de sumergirse en sus profundidades.
Era una tarde cálida de verano y el apetito se había esfumado como las grises nubes que minutos antes cubrían el cielo y tras un corto, pero intenso aguacero, habían desaparecido para dar paso a un cielo azul.
Azul. Pero no un azul celeste. Un azul mecánico. Intenso, duro. Como si el Sol se hubiera enfadado de la intromisión de las nubes y su brillo fuese diferente.
El sauce del parque, que desde la ventana veía, mecía sus ramas, adormecidas, movidas por la sofocante brisa. Dibujaba sombras alargadas, como los espaguetis, sólo que ellas reposaban sobre la superficie vegetal. Agostada por la calor, por la sequía. Apenas esas gotas habían abierto a la tierra su insaciable sed. Ni rastro de charcos, apenas unas escasas gotas, escondidas en lo más profundo de la vegetación, eran testimonio de lo pasado.
Mi cuerpo medio desnudo. Las manos apoyadas en la baranda del balcón. Sudando. De espaldas al comedor donde la radio estaba en funcionamiento. La música sonaba baja. Notas que no acompañaban. Sólo un tenue telón sonoro, al igual que el lejano ladrido del perro o el apagado sonido de la ciudad.
La tarde se arrastraba despacio.
El trino de un pájaro. Fuerte, cercano. Casi como si lo tuviera al lado, ponía momentos, marcaba intervalos, al trascurrir del tiempo.
Era una de esas eternas tardes de verano. Inacabables en mi infancia, somnolientas en mi madurez.
Tarde cargada de vagancia, de sueños y deseos derretidos por la calor.
Una idea germinaba. En lento proceso. Al compás de los pasos arrastrados que iba dando por el pequeño espacio en el que vivía. Una idea que se desarrollaba mientras fregaba el plato y lo sacaba de la pica. Mientras bebía un vaso de agua, que de tanto correr por el grifo salía fría y me hacía sentir reconfortado. Apenas unos instantes, luego empezaba a sudar y veía salir toda esa agua en forma de gotas de sudor. Pero no el frío. Este se había quedado en mi interior, refrescando no se sabe qué órganos, qué células, qué interioridades.
Es así como empiezo estos relatos. Buscando refrescarme, transformando aquello que pienso en una especie de gotas de sudor que me chorrean y se quedan aquí plasmadas.
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