Memorias de un desconcierto

Memorias de un desconcierto

martes, 7 de julio de 2015

Nada que te tenga que explicar

El papel yacía sobre la mesa. Sus garabatos me había tenido obsesionado durante días hasta que por fin conseguí descifrar aquello que quería ocultar.

Cayó en mis manos de una forma casual. Ojeaba antiguos libros en una casa de compra-venta. Libros que habían sido vendidos casi que a peso, sin darles la importancia individualizada que cada uno se merecía. Libros que atestaban antiguas estanterías y que la muerte de su dueño los habían transformado de ser poseedores de historias a poseedores de polvo. Arrinconados habían vivido sus últimos días en aquella casa hasta que introducidos en cajas de cartón, habían ido a parar a aquel local, alejado de cualquier centro que conociese y ubicado, sin saber explicar como, siempre en el extremo de cualquier búsqueda. O así me lo imaginaba yo.

No recuerdo como fui a parar allí. Vagaba por las calles, ajeno a todo lo que me rodeaba. Lejos, en mi mente, del lugar que pisaba. Ensoñaciones y fantasías me acompañaban. La tarde crepuscular, el sol casi oculto, algunas farolas ya encendidas, muchas no, por falta de mantenimiento o porque aquello que tenían que alumbrar no fuera merecedor de tal gasto. Contradictorio como siempre, fue en ese momento de penumbras cuando desperté a la realidad y me encontré enfrente de ese minúsculo local.

Vacío, solo el dueño dormitaba en una esquina.

El tintineo de la campanilla que había en la entrada lo incorporó y me dirigió una mirada. Buenas tardes nos dijimos y me puse a mirar los atestados estantes. Libros, enciclopedias, viejas revistas, fueron pasando por mis manos. Ojeadas rápidas, más por justificar mi presencia dentro que por interés por lo que pudiera hallar.

Un libro me llamó la atención, 'La isla del tesoro'. ¿Cuantos años hacía que lo había leído? Decenas. Demasiados. De repente volví a ser aquel adolescente que sentado en el sofá de casa de sus padres, pasaba las horas leyendo. Aquel joven que se despertaba de madrugada y cogía algunos de los libros que tenía sobre la mesita de noche y los devoraba con total pasión, fuesen lecturas nuevas o relecturas. ¿Cuando dejé de tener esa necesidad de llenarme con aventuras, con vidas ajenas, con viajes increíbles, con apasionados amores, con dolorosos desamores? Tal vez cuando mi vida empezó a fabricar, para mí, esos desenlaces literarios. Pero para qué engañarme, jamás mi vida ha sido digna de ser descrita más que en un par de folios. Tal vez fue eso. Empecé a sentir envidia de la vida de esos personajes ficticios y me fui alejando de ellos para no tener que comparar mi existencia, anodina y vacía, de la de aquellos aventureros, o donjuanes, mosqueteros, piratas.

Ojeaba el libro cuando entre sus páginas me encontré con ese papel. Un extraño orden en las letras enmascaraban un contenido. Compré el libro y me lo llevé a casa.

Pasé días. Averigüé su significado, pero no es nada que te tenga que explicar.

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