Memorias de un desconcierto
miércoles, 18 de febrero de 2015
El chiquillo
Un día, un chiquillo, un chaval del barrio, saltó las abandonadas tapias, y a trozos derruidas, de la vieja fábrica y vio, al otro lado, un inmenso mar en forma de cristales rotos. El cielo, reflejado en ellos, hacia la forma y el color del agua y la nubes que corrían por lo alto, cogidas en ese tumulto de cristales, le daba movimiento a esa ilusión. Saltó dentro del recinto, teniendo precaución en no caer encima de esos cristales, para así evitar que el hechizo cambiara, a la vez que lo hacía con la intención de no cortarse. El primero deseo lo consiguió, no así el segundo. No cayó sobre los cristales, pero sí sobre unos alambres allí dejados y un reguero de sangre cayó y goteó el cristalino mar. Sintió dolor y notó que se le entumecía la pierna. No acierto a saber que pasó a continuación, pero esa sangre derramada, caída sobre esos cristales, se transformó en los rojos reflejos del mar al atardecer. El chiquillo, el chaval del barrio, fue allí encontrando, horas después, tendido sobre ese mar crepuscular. Fin.
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